No estamos en fechas para frustrarnos. Pero ocurre. Uno se marca expectativas altas y, cuando no se cumplen, se viene abajo. Ya saben, depresión, cara larga, suspiro, hastío. Y, valga esto, por ejemplo, para quien pretenda cumplir con la dieta durante las navidades. Lo tenemos jodido. Hay que adecuar siempre nuestras aspiraciones a las posibilidades reales. Piensen en el próximo fin de año: (una vez más) no va a ser la fiesta de nuestras vidas.
Mírenme a mi, si no. Yo quisiera escribir más, tener esta página más transitada, que volviera a su antiguo fulgor, pero, vaya, las responsabilidades laborales me lo impiden. Tengo este espacio pagado a 18 euros al año para acabar siendo un escritor, articulista, gacetillero, juntaletras frustrado. Me he hecho el propósito de actualizar esta web más. No sé si es real. Igual acabo hundido por ello.
Las aspiraciones y la frustración. Quien lo narra magníficamente es Phil Jackson en sus pseudomemorias «Once anillos» cuando explica que, al inicio de cada temporada, animaba a sus jugadores simplemente a crecer, a centrarse en el camino más que en la meta. Porque esperar mucho de todo puede traernos problemas, porque nunca sale todo como planeamos. Alguna vez lo he tratado con mis alumnos: uno se percata que se ha hecho adulto cuando descubre que la vida no es perfecta, que hay que amoldarse a las situaciones como vengan.
Igual si no esperamos tanto de la vida seremos más felices.
Igual es que le pedimos mucho a la vida y le damos poco.