Hace unas semanas, el Arzobispo, durante la presentación del Itinerario Diocesano de Evangelización, para argumentar por qué anunciar por las calles “la alegría del evangelio” reconocía que “estamos en una nueva época que está naciendo y hay que poner cimientos buenos para que resista”.
Nueva época, nuevos tiempos, nueva era. El sociólogo y filósofo francés Edgar Morín, en 2010, en lo más crudo de esta crisis económica y existencial, escribía “Elogio de la metamorfosis” donde hablaba del concepto de metamorfosis como respuesta evolutiva más adecuada que la revolución. En las crisis mundiales, al tiempo que actúan las fuerzas desintegradoras, las generadoras despiertan.
Para muchos cristianos, la sucesión papal simbolizó ese renacer, ese despertar silencioso en cada uno de nosotros. Morín lo explica así: “todo ha recomenzado, pero sin que nos hayamos dado cuenta. Estamos en los comienzos, modestos, invisibles, marginales, dispersos. Pues ya existe, en todos los continentes, una efervescencia creativa, una multitud de iniciativas locales en el sentido de la regeneración económica, social, política, cognitiva, educativa, étnica, o de la reforma de vida. Estas iniciativas no se conocen unas a otras; ninguna Administración las enumera, ningún partido se da por enterado. Pero son el vivero del futuro”.
Aprendamos de esta lección. La metamorfosis ha comenzado. Cada mañana, cuando se levanten, intenten pensar en lo mucho y bueno que nos espera y en la necesidad de ir a buscarlo. De transmitirlo. Ya. Sin dilaciones. Anunciar la Buena Nueva, no es una actitud novedosa, siempre ha estado ahí, sólo que, entre tanto ruido, hemos olvidado transmitirla.
Está en nuestras manos buscar y construir el futuro. Estamos tan ofuscados con los indicadores negativos que no vemos los positivos y, lo peor, nos paralizamos.
No hagan caso sólo a las malas noticias y busquen las buenas.
NOTA: Artículo aparecido en el número 1294 de Paraula.