Llevo todo el día dándole vueltas a la historia del fotógrafo Andoni Canela. Y no porque haya sacado 15 meses de casa a toda su familia viajando por los rincones más dispares del mundo para fotografiar especies en extinción, sino por su paciencia para pasarse 12 horas, esperando, quieto, en silencio, para retratar a un animal salvaje en su hábitat natural.
12 horas. Nosotros, que somos incapaces de esperar ni cuatro minutos a la llegada de un tren, al amigo que se retrasa o a que nos pongan un plato encima de la mesa, creeremos que este señor es de otro planeta.
Pero es al contrario.
Los que nos hemos empeñado a vivir tan rápido que no da tiempo a saborear la vida somos nosotros.
Los terrícolas.