Y, claro, hoy, de repente, nos hemos echado las manos a la cabeza. Oh, Dios mío, no puede ser, madre mía, un estudio de la OCDE concluye que nuestros adultos (o sea, nosotros mismos, usted y yo) estamos en la cola de los países desarrollados en competencia matemática y comprensión lectora. Un españolito titulado superior está al mismo nivel que un bachiller japonés. Sí, sí, como lo oyen.
Qué quieren que les diga. Lo extraño es que nos sorprenda. Si nos lo hemos buscado nosotros solitos. Si venimos de una travesía en el desierto (llámenle franquismo) que provocó centenares de miles de analfabetos, si hasta ahora no se ha aprobado ninguna ley educativa con consenso político, si se siguen usando antiguos métodos memorísticos por encima de la potenciación de un aprendizaje autónomo y personal, si aquello de las inteligencias múltiples suena a chino, si en casa es más cómodo dejar que tu hijo juegue a la consola que sentarse a su lado a acompañar su estudio, si todo esto y más, qué esperaban… ¿El milagro de los panes y los peces?
Eso sí, a partir de ahora, que ya nadie me pregunte por qué pongo cada día a mis alumnos a leer en silencio los primeros diez minutos de clase.