Ha vuelto a pasar. Y miren que intenté que no sucediera. De hecho, el primero ni lo vi. Pero no ha sido suficiente. Fue contemplar el domingo unos segundos (malditas teles en la cocina) y caer hipnotizado. Me rindo. El reallity-ficción «Un príncipe para Corina» (el hermano hiperbolado de «Granjero busca esposa» y «Quién quiere casarse con mi hijo») me ha vuelto a enganchar. Ya ven, una persona instruida, culta e ilustrada como yo, viendo cada domingo ese programucho.
O no. Igual no es tan programucho. ¿Porque, díganme, cuál es la verdadera función de la televisión? ¿Entretener? ¿Formar? ¿Informar? ¿Divulgar? Un eterno debate. Porque complicado es crear un estándar para todos los públicos, un televidente tipo. Cada persona es un mundo, con sus gustos, motivaciones y, con la actual televisión (casi) a la carta, existe espacio para todo y todos.
Así que, yo, con su permiso, pienso seguir viendo (y lo que es peor, twitteando y whatsappeando) el programa cada domingo con un único objetivo: divertirme como un enano. Sin más. Pasarlo bien, reír, desafiar la tristeza del domingo por la noche con este reallity a medio camino entre la ficción y la realidad. Nunca sabremos cuánto de guión, casting o veracidad hay en cada momento. Pero qué importa. Y qué más da.
España está llena de guapos, nerds, únicos y simpáticos. España está llena de momentos ridículos como los que allí se plasman. Riámonos de ellos. Con ellos. De nosotros mismos. Como bien ha definido el sinpar Borja Prieto, estamos ante «una película de superhéroes losers alucinante».
¿Porque, qué buscábamos muchos viendo Eurovisión el sábado? ¿Buena música? Ustedes saben que no. Que la gracia de nuestras vidas es que no somos perfectos.
Quítense de prejuicios y únanse a nosotros los domingos.
Pasarán un buen rato.
Miope 