Los que me conocen en persona suelen definirme como una persona afable y de trato agradable, abierto y sincero de palabra, cariñoso y comprometido de gestos. Buena gente, en definitiva. Se equivocan. Es todo fachada. Soy un persona ruin y malévola. Sólo una mente maquiavélica como la mía hubiera perpetrado un plan tan perverso: dedicar…

Pero qué bien se lo montan.

No les miento. Se lo prometo. Hay ocasiones en que cierro los ojos e imagino que aun estamos allí. Que, con la excusa de escribir mi novela, alquilamos ese apartamento de Brooklyn. Que, al final, nos quedamos.

«Que le digo yo una cosa, oiga usté, que al final de to seaprende y, tota pedra fa paret, osiga que, lo importante es sumá». Y lo bien que va a quedar en mi autobiografía.

Pero no. Ustedes, amado público, no rían, no jaleen, no vitoreen. No. Aquí todos somos culpables. Todos hemos contribuido a esta decadencia. Porque es una caída general. Cada uno, a su manera, es culpable. Por acción o por omisión. Porque no, no les hablaba ni de políticos ni de banqueros. Jugué a la ambigüedad para…