La meritocracia (el desenlace)

Pero no. Ustedes, amado público, no rían, no jaleen, no vitoreen. No. Aquí todos somos culpables. Todos hemos contribuido a esta decadencia. Porque es una caída general. Cada uno, a su manera, es culpable. Por acción o por omisión. Porque no, no les hablaba ni de políticos ni de banqueros. Jugué a la ambigüedad para señalar a todos. A todos los jefes. A los jefes malos. A los que ascendieron sin merecerlo. A los que dirigen despreciando el sentido común.

Por eso es necesaria, más que nunca, la meritocracia. Que los válidos agarren el timón. Que los buenos lo demuestren. Que los mejores estén arriba.

Porque no dio resultado del todo cumplir lo que nuestros padres nos rogaron que hiciéramos en nuestra vida: estudiar mucho, trabajar duro y ser honrados.

Para que nunca más nos volvamos a preguntar qué hicimos mal.

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