

Somos muy tontos. Siempre que viajamos nos montamos una historia, una narrativa. Subiendo y bajando curvas hasta Cadaqués sonaba La Costa Brava y El regreso de Abba. Nos preparábamos para ser bohemios. Slow life. Yo siempre me meto mucho en el personaje. Adopto el acento local. Método Stanislavski. Molt macu, nois. Vaya, contado así, doy un poco de vergüenza ajena.
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Que Juegos Olímpicos ni que Eurocopa. Si la competición estival es quién lo pasa mejor. Quién visita más lugares, más playas, más cervezas. El campeonato de la felicidad. Que menudo verano te estás pegando. En redes sociales todos creamos también nuestra propia narrativa. Una imagen. Todos la cultivamos. Todos caemos. O mostramos o miramos. Son la nueva Hola, Pronto, la Diez Minutos.
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Creyendo que nos poseería el espíritu de Dalí no vimos venir al de nuestros padres. La narrativa de los 80. Cadaqués tiene ese punto kitsch. Estos días no he dejado de pensar en nuestros viajes. El coche lleno de maletas. La cama supletoria. El menú del día. Nos ha faltado revelar un carrete desenfocado. Qué ironía. Tantos años huyendo de ellos para acabar encontrándotelos en el espejo.
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Vas de moderno hasta que se te queda cara de padre.