Lo confieso, no voy al Consum más cercano. Echo de menos poder escuchar música en el coche. Desconectar. No pensar. Es mi única posibilidad, conducir diez minutos más. Jero Romero ha compuesto dos canciones para mí. Él no lo sabe pero yo sí. En cambio, sé que ya no podré volver a poner “La casa de mis padres”. No más canciones tristes, me suplica mi Santa. Le pido alegres a Alexa y, bailoteando, miramos vinilos para la nueva habitación.
*
Al empezar el confinamiento se me rompió una cuerda de la guitarra. Intuí que algo ni iba a ir bien. En un mes nos ha cambiado todo. Y en una semana también. Cuenta Manu Jabois que, una vez, callejeando por Madrid, escuchó a un padre preguntarle a su hijo pequeño en qué pensaba cuando aún no sabía hablar: “Que te quería mucho y no podía decírtelo”. Esa frase me ha dejado temblando. Nunca lo decimos lo suficiente.
*
Estos últimos días ni el teléfono ha parado de sonar ni yo de espiar a mis vecinos. Se vislumbra un poco menos de luz enfrente. Me descubro a mí mismo escuchando tras la pared. Palpándola como si pudiera traspasarla. Tratando de descifrar los sonidos. Leo frases y me las apunto, imitándola. Intento tocar el techo como si fuera a llegar más lejos aún. No puedo. No alcanzo. Pero, cuando miro hacia arriba, sonrío.
*
Allí sí hay luz. Mucha luz.