Los gritos del 11S cada vez se escuchaban más tenues. El horror se nos fue haciendo difuso. Nos acostumbramos a ello. Hasta volvieron a erigirse las torres de Manhattan. Quién sabe, quizás fue por hablar tanto de economía. Sin darnos cuenta, la crisis hizo olvidarnos que la cicatriz de la herida entre el islamismo más radical y el mundo occidental no había curado. Bajo la piel seguía la infección. Y, desde que se autoproclamó el Estado Islámico, la sangre ha vuelto a brotar virulentamente.
Por desgracia, todo parece indicar que estamos abocados a regresar al imperio del terror. A desconfiar unos de otros. De todos. De todo. La barbarie de hoy en la redacción del Charlie Hebdo es un capítulo más. Seguimos lanzados a polarizar nuestro mundo. A los radicalismos. Al blanco o negro. Una religión o otra. El silencio o la ilimitada libertad de expresión. Tú o yo.
Y, así, olvidamos el punto medio. La importancia de la equidistancia. De la paleta de colores De que tú y yo podemos vivir juntos.
Pero claro, para eso hay que respetarse.
Ser tolerantes.