Platón, que era un señor que sabía mucho, dijo una vez que la música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo. Los últimos estudios en neurología, psicología y biología parecen corroborarlo al señalar que la música no sólo modifica nuestro estado de ánimo sino que puede tener una influencia muy positiva en el desarrollo cognitivo, en el estímulo de nuestra inteligencia e, incluso, en la salud.
La música llega a lo más fondo de nuestro ser. Nos toca. Nos interpela. Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia supo verlo combinándola a nuestra vida espiritual. Igual que mejoró la liturgia, la música ha dado muchos frutos pastorales, sobre todo, en el trabajo con los más jóvenes añadiéndole el baile.
Miren, sino, estas mismas páginas. En los últimos meses, leyendo Paraula, habrán podido encontrar hasta tres musicales en escena. “Star Desamparados”, “San Francisco de Asís. El trovador de Dios” y “La oveja negra” se han estrenado mezclando arte, compromiso, espectáculo y evangelización. Yo lo viví en primera persona con “Jesucristo Superstar” en Torrent: cómo tener a un centenar de adolescentes enganchados a su parroquia gracias a un musical.
La música nos mueve y nos remueve. Quién sabe, quizás nos falte más valentía aun a la hora de traducir las nuevas músicas a la liturgia. Un templo no es una sala de conciertos, pero, según qué momentos y qué edades, la música puede ser una poderosa herramienta.
Muchos de ustedes, de viaje por Estados Unidos, seguro que han presenciado una misa góspel. ¿A que es maravilloso cómo interpretan, cómo se mueven, cómo sienten la música? Posiblemente sea porque este género musical es un canto evangélico, una invitación a Dios con letras llenas de valores cristianos.
¿Por cierto, conocen la traducción de Godspell al castellano?
“Palabra de Dios”.
NOTA: Artículo aparecido en el número 1262 de Paraula.