La olla y la separación de poderes

Charles Louis de Secondat fue un señor francés del siglo XVIII. Aparte de sufrir alopecia, usar pantalones bombachos y proclamar una vez que «Cuanto menos piensa el hombre, más habla», era barón, más concretamente de Montesquieu.

Pues sí amigos, este señor fue el primero que acuñó el termino «separación de poderes» y empezó a señalarnos la necesidad de distribuir las funciones del estado para que fueran contrapeso entre ellas confiando la titularidad de cada una a un organismo público distinto. De esta forma se inició el estado de derecho moderno, separando los poderes ejecutivos (gobierno), legislativos (Parlamento) y judiciales (jueces).

Quedémonos con este último, porque, en España, los jueces son seleccionados a través de una oposición libre por lo que, teóricamente, están salvaguardados de cualquier injerencia política. Una vez conseguida la plaza, sus señorías inician una carrera judicial donde pueden ascender hasta llegar a magistrados y pertenecer a órganos tan importantes como la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo, Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial.

Curiosamente, llegados a altas instancias, tanto los jueces como los fiscales, se agrupan en asociaciones (Asociación Profesional de la Magistratura, Jueces para la Democracia, Francisco de Vitoria y Unión Progresista de Fiscales) que (ay!) suelen llevar como apellido su tendencia, es decir (ay!), conservadora, progresista o liberal. Aunque sería un error relacionarlos directamente, en muchas ocasiones, sus dictámenes parecen coincidir con los postulados de los dos grandes partidos políticos o de determinados poderes económicos.

No pretendo acusar de nada. Dios me libre. Pero para comprender el mundo en el que vivimos es imprescindible informarse. Y, una vez enterados, sacar conclusiones.

Es más que entendible el mosqueo ciudadano cuando escucha dictámenes de mediáticos procesos como el caso Gürtel, el caso Garzón o la sentencia del Estatut Català. O, hoy mismo, al enterarse que no habrá culpables por el hundimiento del Prestige.

Ya lo dijo también Montesquieu: «La razón es una olla de dos asas: lo mismo puede cogerse por la derecha que por la izquierda.»

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