Día tras día, callejeábamos sin tregua por New York, conectados con la ciudad más universal pero desconectados del resto del mundo. Sólo nos permitíamos breves conexiones con la vida real al finalizar la jornada, cuando escapábamos de la ciudad que nunca duerme. Desde nuestro pequeño refugio en el 125 West de la 45th Street podíamos sintonizar el Canal Internacional de TVE y, según nuestro horario, sólo podíamos optar a la redifusión de «La Noche en 24 horas».
Inicialmente no hicimos caso a esa imagen de tiendas de campaña en la Puerta del Sol y cambiábamos de canal a la ESPN para ver en directo y en versión original los playoffs de la NBA. Era lo que tocaba. Pero, con el paso de los días, supongo que, como el resto de los españoles, empezamos a darnos cuenta que aquello, que empezaron a llamar como 15M, iba en serio. Que, por fin, la ciudadanía había despertado. Sólo al regresar a España entendimos la verdadera magnitud de lo que significaba.
Tras superar el Jet Lag, pude leer, conocer, entrevistar, reflexionar y opinar sobre el Movimiento Indignado. Y, ahora, dos años después, creo que el diagnóstico no ha cambiado. Y es una lástima. Porque el germen del desencanto sigue intacto, pero como bien señalaba el sábado El País, el movimiento sigue sin saber canalizar sus reivindicaciones, sigue dejándose vincular por fuerzas violentas y, lo peor de todo, no tiene repercusión práctica.
Repercusión real sí. Porque las agendas y las formas de los políticos y poderes económicos siguen mirándoles de reojo. Algo ha cambiado. Todo ya no vale. La sociedad respira de otra forma.
Pero aun está muy lejos del impacto que supuso ese 15 de mayo de 2011 mientras nosotros paseábamos por Times Square.
No sé. Tengo la sensación que han perdido el tiempo.
Dos años, para ser exactos.
Miope 