En las últimas semanas, entre los piropos varios a los que habitualmente soy acribillado, me han repetido varias veces que soy una persona optimista.
Vaya. Guau. Pero… no creo que sea así. O, al menos, en toda la dimensión del término. Realista optimista lo calificaría mejor. Y, simplemente, porque la vida me ha enseñado a amoldarme a las situaciones, a ser flexible, a buscar automáticamente la solución ante cualquier problema, a encontrar el lado bueno de todas las situaciones. Porque, no nos engañemos, las cosas no siempre van a venir rodadas, la vida es proclive a dar palo, pero en nuestras manos sí que está la actitud con la que lo afrontemos. Una actitud negativa no da soluciones. Una positiva, sí.
Y tampoco creo que un servidor sea ejemplo de nada. Pero haberlos, haylos. Ni más lejos que esta misma semana escuchaba hablar en la radio a Albert Espinosa. Muchos ya conocemos su historia, pero por no oírla más no deja de impresionar el éxito literario y televisivo del buen rollo del tipo al que se paso 11 años en un hospital y le dieron un mes de vida. O los diseñadores de Mr.Wonderful que, cada día (o con cada compra), nos inspiran a afrontar la jornada con un aire diferente. o Orsai, la revista de Hernán Casciari, que abandonó su incipiente éxito mediático, por hacer lo que le pedía el corazón y no el bolsillo, aunque tuviera que nadar a contracorriente. O Albert Casals, el adolescente que, libre como el viento, se dedica a viajar por el mundo con una silla de rueda y mucho morro.
Vaya. Igual aquí está la fórmula mágica de todos estos buenosrollismos: Soltarnos de las ataduras sociales y simplemente ser felices. Sea con lo que sea.
Quien pudiera conseguirlo…