La escuché. Maldecía su suerte. Era la presidenta de la Asociación de Criadores de Ganado Equino de la Montaña Asturiana (ACGEMA) quien se indignaba al ver como todo su negocio puede irse al garete por un fraude publicitario del que es ajena su asociación, la que agrupa a más de 400 ganaderos asturianos. No es para menos. En pocos días ha caído en picado el consumo de carne de caballo contagiado por las noticias de retirada de productos cárnicos (Nestlé, Butoni, las albóndigas dichosas de Ikea…) vendidos como vacuno pero con componentes equinos.
Es lo que tiene el teléfono loco. Escuchamos de refilón (o leemos por encima) las palabras carne de caballo, estafa y Ministerio de Agricultura y concluimos que su consumo es grave para la salud. Así, sin más. De nada importará que los empresarios, científicos, periodistas y políticos recuerden que, todo lo contrario, que es muy sana, poco grasa y con alto contenido en hierro. Y que además es sabrosa. Que nos recuerden que es una estafa comercial, no sanitaria. No servirá de nada. El pueblo ya ha dictado veredicto. Culpable. Así que, vaya usted a saber, cuando el negocio de la carne de caballo se recuperará de este golpe.
Llevo toda la vida comiendo carne de caballo y mírenme que guapo, sano y listo he salido. Así que no me preocupa consumirla. Lo que más me asusta es esta conducta aborregada instalada en nuestras vida. Solemos juzgar a oídas y con pocos datos. Constantemente. Creamos héroes y villano de barro. Fomentamos rumores y medias verdades.
Es más cómodo creer una mentira que buscar la verdad.
Miope 