Ustedes no lo recordarán, pero hubo un tiempo en que los niños, pasadas las cinco de la tarde, al llegar a casa, subían corriendo las escaleras para atrapar su bocata de Nocilla y sentarse a ver Barrio Sésamo. Luego, tras leer algún Mortadelo, los más afortunados, bajaban a la calle con su pandilla y, en cualquier rincón, con cualquier objeto, improvisaban un partido de fútbol que, siempre, finalizaba inesperadamente, casi al anochecer, cuando alguna madre exigía que ya estaba bien, que subieran a casa para ducharse, que no iban a regatear los deberes para el día siguiente.
Hoy no queda nada de todo eso.
Ahora viven rodeados de teléfonos móviles, actividades extraescolares, padres ausentes, mala televisión, parques mullidos y demasiadas excusas. Por cierto, ya no quedan pandillas.
No sé. No acabo de tener claro que hayamos progresado.