En España se vive cojonudamente. Great country. Buen tiempo, envidiada gastronomía, muchas tradiciones, a tope de fiestas, gran patrimonio cultural… Un chollo. Pero, aun así, de vez en cuando, a uno le puede dar por viajar al extranjero. Conocer mundo. Hello world. Nuestra generación, con 18 añitos, no cogía un Ryanair y se plantaba en Roma o Londres. Que va. Oh, my god. Nos costaba un poco más. Y algunos, proféticamente (maldita ironía), incluso nos sacrificábamos sin casi viajar por el mero ahorro.
Así que cuando, hace un año, mi Santa y yo cerramos el viaje a New York City para celebrar nuestras nupcias, se nos ocurrió, con la emoción, big emotion, comprar un pequeño diccionario de bolsillo junto a la consabida guía de viajes. No hace falta decir que no lo usamos. El paletismo español te hace desconfiar de ti mismo, pero, luego, hello my friend, tu nivel da para apañarte.
Y allí ha estado el small diccionario, aburrido, solitario, en la estantería, conversando de literatura con el resto de libros, esperando su momento. La oportunity.
Hasta ayer. Sí. Llegó su oportunidad. Desconozco para qué. Why. Pero, anoche, mi Santa se acercó, lo miró fijamente, lo cogió entre sus manos, abrió una página al azar y…
…ya sabe como enviarme a tomar por el culo en un perfecto inglés.
Pues vaya.