Que conste que lo avisamos hace tiempo: los adoradores de esta nueva secta van a dominar el mundo.
Les cuento: Cuando estuvimos en el mes de mayo en NYC nos sorprendió la cantidad de establecimientos bajo el rótulo de «Nails» por las calles de Manhattan. Como que tenemos nuestra cultura y nuestro vocabulario básico (obra y gracia del BUP y el COU), intuimos rápidamente que estábamos ante gabinetes (qué gran palabra) para arreglarte las uñas. Hasta aquí todo normal. Modas, como diría aquel. Pero no, realmente no era normal. Primero, porque las «Nails» siempre tenían clientes. Siempre. Y, segundo, porque, aunque lloviera (que llovió), aunque hiciera frío (que lo hizo), quien entraba en «Nails», irremediablemente, como hipnotizado, desafiaba a las inclemencias del tiempo con sus pinrreles maquillados al aire. Muy heavy, nosotros por Times Square (la esquina del tiempo) con chubasqueros, chaqueta y tal, y los «adoradores del nail» en chancleta. Repito, muy heavy.
Creía haber olvidado este pasaje oscuro de nuestro viaje transoceánico, cuando, hace un par de semanas, viendo «El Convidat» dedicado a Antoni Bassas (corresponsal de TV3 a Washington), Albert Om se fijaba precisamente en una tienda «Nails» y entraba a que le arreglaran las uñas. Mientras una joven oriental trapicheaba con sus manos, Bassas le contaba que este tipo de tiendas estaban causando furor, sobre todo, conforme había concluido el cruel y frío invierno. «Oh-Dios-Mío», me dije, «la epidemia se está expandiendo». Las «Nails» se estaban infiltrando en la capital del reino.
No sé si aterrizaron a España en el mismo vuelo de regreso de Albert Om, pero, las «Nails» han llegado ya a nuestro país. Fíjense bien, se camuflan bajo el nombre de «Uñas» (a mi no me gana nadie a perspicaz), pero cada vez hay más. Y seguirán creciendo. Porque estamos perdidos. Están ya más cerca de lo que creemos. Cada tarde, en mi subida vespertina a trabajar, una me sale al encuentro. Yo indago, miro, observo. Y siempre hay adeptos retocándose las uñas.
La plaga ha empezado. Pronto, todos enloqueceremos. Querremos arreglarnos las uñas. Ir perpetuamente en chancleta.
Yo, no sé si resistiré a sus encantos.
Pero, para fastidiar, a partir de hoy, me dejo crecer las uñas.
Larga vida a los pies de águila!