Siempre me pareció fascinante aquello que hacían nuestros padres en los ’60 y ’70: comprarse un vinilo, ponerlo en el toca-discos y pasarse la tarde cara a él escuchando su música. Qué placer! Poder escuchar los discos de un tirón, sin molestias, disfrutándolos.
Correcto. Es posible que sea una situación idealizada, que hubiera otras cosas que hacer, que los guateques fuera una cosa de ricos, pero en mi casa hay vinilos antiguos, así que mi ensoñación pudiera ser cierta.
Pero ese hábito se perdió. Pocos de la generación del CD y el IPod son los que se sientan a escuchar música. Sin nada más. La música nos acompaña en nuestras tareas, pero, pocas veces, es el foco central de nuestra atención.
Por eso fue tan divertida la noche del viernes. Por cenar con Mr. X, por echarnos una risas gordas, por aprovechar, como buen español, todo lo que sea gratis, por jugar al billar… pero, sobre todo, por sentarnos, entrada la madrugada, a escuchar música. Sin otra ocupación. Porque sí.
Bueno, realmente fue un DVD musical.
En casa no tenemos vinilos. Nosotros somos unos modennos.