Mi padre y un par de amigos, cada día, puntuales a las 20:00 en punto, se enfilan Avenida arriba para realizar ese sano ejercicio de caminar durante una hora. En el transcurso de su travesía, aprovechan para contarse las alegrías y penas, intentan arreglar el mundo y bromean unos con otros, por lo que, al finalizar cada sesión, han revitalizado tanto cuerpo como alma.
Este mismo lunes, enfrente de Las Américas, uno de ellos (Juan V, el más cachondo del grupo, aquel que calienta ostentósamente antes de salir para provocar la vergüenza del resto) tropezó con un socavón del suelo y casi se abre la crisma. Tras sus maldiciones en griego y arameo y las risas pertinentes de los testigos, todos juntos estudiaron el causante del socavón y, arquitectos ellos, concluyeron que era culpa de la raiz milenaria de algún árbol de la Avenida que había levantado las baldosas.
Mi padre, valiente él, se erigió como representante del grupo y les recriminó que, menos quejarse de l’Ajuntament («que ja ves tu, molt d’Hospital però poc mirar per les coses menudes») y más actuar. Tal Braveheart ante sus escoceses clamó (más o menos) un «els desperfectes estan per a arreglar-los pel bé de tots, només hi ha que avisar i ja voreu com enseguida ho solucionen». El resto permanecía aun incrédulo, pesimitas ellos, del papel de servicio público del consistorio torrentí, pero aceptaron que conforme vieran al primer concejal en una noche de ejercicio suyas, le pedirían el arreglo del problema para evitar nuevos accidentes.
Dicho y hecho. Al día siguiente (martes), vieron casualmente en la acera de enfrente al edil de obras y servicios y, mi progenitor, consecuente con sus promesas, cruzó para lanzarle la sugerencia mientras el resto miraba la escena de lejos. La conversación «oficial» todo amabilidad, muchas gracias por preocuparse, yo me lo apunto y todo eso, ya saben. Y así emprendieron la marcha, la mitad del grupo seguros de que no harían caso, la otra mitad pensando que tardaría la obra pero, seguro, que llegaría.
Al alcanzar el socavón, oh sorpresa, les estaba esperando allí un coche con un técnico municipal dentro. Risas, caras de incredulidad y vítores a mi padre por su poder de persuasión. Tras estudiar juntos el agujero en cuestión (imaginen esa estampa de jubilados), el técnico les volvió a prometer que se ponían ya en el asunto. Casi al grito de «alcalde, alcalde» mi padre se había convertido en un heroe. Encima, chulito él, no dejo de asegurarles que, en un par de días, «tot solucionat, ja voreu».
El miércoles, la fuente que hay al lado del socavón de la discordia apareció recién pintada. Ayer, jueves, cuando volvieron a enfilar la cuesta final… sí, amigos, lo han adivinado: el socavón estaba arreglado.
Son sólo unas pequeñas baldosas para un grupo de amigos, pero sí un gran paso para su pequeña humanidad.
Feliz fin de semana.
CANCIÓN PARA ESCUCHAR: No quiero perderte (Elodio y los seres queridos – Esto que tienes delante)


3 respuestas a “Una pequeña baldosa para el hombre y un gran paso para la humanidad”
Puedes pedirle a tu padre que hable con alguien para que me quiten las palmeras??? Además de invadir el espacio vital de la finca, hacen que día sí y otro también tenga un «asqueroso» saltamontes en casa. Con el asco que me dan por Dios.
Anda,… cúrratelo,…
Hablaré con el-que-todo-lo-puede para que lo apunte a su lista…
Lo de los saltamontes es muy curioso, es una pequeña plaga. Todos los días veo uno, sólo uno, muy quieto. Creo que nos observan…