Conocida es mi afición por las leyendas urbanas y el movimiento pendular de la rumorología (bueno, conocido por quien me conoce y, tampoco ni eso, pero la frase quedaba bien para comenzar el discurso de hoy) hasta el punto de comprarme un par de libros e, incluso, montar un juego de campamento hace años ya basado en leyendas urbanas populares. Siempre he tenido la tentación de soltar una buena mentira sobre algo/alguien de Torrent y dejarla correr a ver cómo se comporta, pero nunca he acabado de plasmar el plan, además Xavi y Gustavo ya lo consiguieron con aquello de que «el marido de la alcaldesa tiene un novio en Madrid».
Bueno, el hecho es que ayer mismo por la tarde, a pocos minutos de cantar aquello de «el final del verano» en la playa y acompañar a mi familia política en el duro regreso a casa, aun estábamos en la terraza con Mª José (Blauverd) marujeando y hablando de la vida. La cuestión es que, hilvanando temas con otros, acabamos centrando el tema en las causas de la rumorología y yo contándole la famosa leyenda de la piscina del Congreso de los Diputados que me contaron (creo) en una clase en mis tiempos de facultad.
El quid de la cuestión es que se decía (se comentaba, se rumoreaba) que en en la Cámara Baja, entre despachos y servicios varios, existía una piscina interior climatizada (y secreta) para los señores y señoras diputadas para hacer ejercicio o simplemente escabullirse lúdicamente si el debate oficial era aburrido sobre algún tema técnico o farragoso. Lo mejor era que, en ese divertimiento acuático, el gran protagonista no era el agua sino un pilotito rojo que parpadeaba para anunciar cuando había que subir corriendo hacia los escaños para efectuar una votación.
No me dirán que la historia no es genial. Porque yo, en mi delirante imaginación, ya me veía a Mª Teresa Fernández de la Vega en bikini haciéndole aguadillas a Acebes, a Solbes chapoteando con manguitos o a un morenazo Zaplana tomando el sol en una tumbona (aunque la piscina fuera subterránea).
Cuando MJ fue escogida para las listas de PP valenciano al Congreso ya empecé a taladrarle a la buena de Sonso para que conforme se efectuaran las votaciones y, lógicamente, entrara como Diputada su hermanísima, descubrir de primera mano qué de cierta era aquella leyenda urbana.
Lógicamente, era falsa, para tristeza mía. Pero yo, sigo erre que erre, y para mí que sí que existe pero seguro hay un pacto secreto para no desvelar la existencia de este complejo acuático escondido en algun pasillo del Congreso.
Y si realmente no existe, que se lo hagan mirar, yo dejo caer la idea.
Una piscina siembre viene bien.
CANCIÓN PARA ESCUCHAR: Quiero Besarte (Tequila – Vuelve)


Una respuesta a “Rumores y leyendas urbanas”
En Mount Sion High School se decía que los depósitos de agua del colegio- que estaban en la azotea- no tenían tapa y que los palomos que criaba un padre defecaban ahí y que incluso había un par muertos en descomposición.
La Gaia (o galla, o gaya o como se escriba, seguro que sabes de quién te hablo) me aseguró a mí y a quince personas más en el Museu Comarcal, en la presentación de la peça del mes, que le pasó a una prima suya la siguiente historia, de sobra conocida: era un bebé enfermizo y débil, a pesar de los generosos pechos de su madre. Al final descubrieron que cuando mamaba, una serpiente hipnotizaba a la madre con su mirada, tranquilizaba al bebé con su colita y sorbía del néctar materno.Todo esto ante la atónita mirada del tio Vicent, el contacontes de Punt 2, que intentaba, sin éxito, convencerla de que se trataba de una leyenda urbana. Claro que aquel día afirmó sin tapujos que las puertas de la casa del Museu son de «garrofera», madera sencillísima de trabajar por un ebanista, dados los grandes tablones que de sus troncos pueden salir.