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NARRADOR: (Se habré el telón) La escena nos sitúa en el comedor del Campamento Arciprestal de Benagéber. Un comedor convertido en improvisado dormitorio para ciento veinte personas con las consecuencias olorosas y de luz matutina que ello supone.
Nuestro héroe, Lucas, vestido con pijama naranja que simula al guardameta del Valencia CF (con escudo y todo) camina descalzo con una zapatilla en mano. Su destino es Carles, sentado sobre una esterilla, sin gafas, medio dormido y con el saco de dormir a modo de manta.
LUCAS: «Carleeeees»
CARLES: (pausa larga mientras intenta comprender la visión que tiene delante) «Dime… Cañizares»
LUCAS: «¿Puedo ir al servisio? Tengo la vesícula inflamada y me meo ensimaaaa»
CARLES: «¿La vesícula? ¿Te estás meando o giñando?»
LUCAS: «Jooooooo, que me meoooo»
CARLES: «Troyano, no se dice vesícula sino vejiga»
Lucas. Un nombre que hasta hace un año me sonaba bien poco. Era de los peques del junior. Si escuchaba pronunciar su nombre, me remitía a un chico violento y tendente a la doble personalidad. Un niño a marcar en corto. Sólo tenía una imagen: cómo le había girado la cara de un manotazo a otro chaval después de que estuviera diez minutos dándole patadas por detrás a su silla.
Llegó el campamento y, como jefe, me empeñé en que estuviera bien claro el parte psicológico del médico y la medicación a tomar. Su madre nos trajo un enorme pastillero (tiene también problemas de tiroides) y lo dejé en manos de Rosario y Gerardo para su supervisión desde el grupo. Para Salva, la tienda («La mansión de las mentes prodigiosas»).
A la primera que le grabo con la videocámara, cual Pantoja, enfadado (tras haber recibido un galletazo) me grita: «Tú, mierdaaaaaaaa, aparta esa cámaraaaaa» mientras lanzaba un manotazo al «Aquí hay tomate» Campamentil. Bien empezábamos. Al rato, ya le gustaba la idea de la camarita y ya me perseguía con un «zinvergüenzaaaaa, no grabes a mi niñaaaa». Era el inicio del proyecto «Pistolas por juguetes».
Con la misión de ofrecerle felicidad y no violencia, giramos las tornas. Le facilitamos disfraces, armas, abrazos, un montón de cariño, rapeábamos con él, escuchábamos desencajados de risa sus teorías (por ejemplo, el por qué de su pene pequeño), oíamos su famoso «cabrones», jugamos juntos (magnífica su técnica de la oca comiendo fichas), nos reímos, disfrutamos de él, sus cosquillas, un día era Troya, otro Star Wars, que si Legolas, cada día un peinado nuevo… su transformación fue total.
Llegamos al final de campamento con una sensación extraña. Qué iba a ser de nosotros sin él durante el verano. Sólo teníamos un montón de cintas de video llenas de sus historias y anécdotas. Y su fidelidad perpétua. Arturo, Salva, Lucas y yo firmamos un pacto de «amigos para siempre». A finales de julio, llamó al móvil a Salva y dijo «Feliz día del amigo!!!». No se equivocaba. Era el día internacional de la amistad, día en que el hombre pisó la luna.
Y hemos cumplido el pacto. El sábado, en la acampada, Josema y yo lo veíamos jugando con su grupo y le llamamos: «Lucas, ¿Qué pasa?». Se acercó, su cara alegre pasó a triste y nos confesó: «Perdonad. Sé que somos amigos, pero estaba jugando un poco con los otros».
Claro que le perdonamos. Se nos hace mayor. Ya es independiente.

3 respuestas a “Lucas”
Lucas… qué hombre!
¿A quién no le ha ofrecido su tía con dos poderosas razones para regocijarse?
¡Aún sigue llamándome forner!
Sols una cosa… su tia Xena es un mito… no está tan bueeeeenaaaa!! I Carles, no són els cels!!!!!
Yo tb conozco a este pequeño gran jugón que se llama Lucas, y la verdad es que habéis dado en el clavo de cómo te tienes que portar con él para tenerlo más o menos «bajo control»… de todas formas creo que estamos de acuerdo que por mucho que le des, siempre él te da más, no sé como se lo monta pero el lucas es asín. Un crak, vamos.