
El primer día de la baja, para llenar no sé qué vacío, me compré “Los días perfectos” de Jacobo Bergareche. Luis, su protagonista, tiene un ritual cada noche: se pelea con su hija. Lucha por conseguir su beso atacándola con cosquillas. Es un momento feliz. Si no duerme en casa, se tortura pensando que quizás no haya más guerras. Que existía un número exacto. Una primera y una última. Que, al día siguiente, ella puede haberse hecho mayor y no querer ser zarandeada. O peor: “que ya no quiera vender tan caro su beso de buenas noches, sino que lo regale sin más para librarse de mí”.
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Éramos felices y no lo sabíamos. La frase es de un peluquero venezolano y el título de un celebre artículo en el confinamiento. Ante sus penurias tuvo que cerrar la puerta de casa y emigrar a España. Sigue echando de menos su tierra. Por las noches se le repite con frecuencia el mismo sueño: se ve a sí mismo volviendo a meter la llave en la cerradura. Éramos felices y no lo sabíamos: “he evocado muchas veces cómo era la vida antes de todo, las charlas intrascendentes en el bar, con los amigos, quejándonos de esto y lo otro, cómo pasaba el tiempo de forma intrascendente”.
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No dejo de pensar en ello. En todo lo que echo de menos. En que creía que sí, pero no. No lo valoré del todo. Los viernes comía con mis padres. Los tres. En su casa. Puerta con puerta. Mi madre siempre se quejaba de que me marchaba rápido. “Me cago” era mi respuesta habitual. Ella reía. Y me lo perdonaba. Tampoco me acostumbro a no veros por el cole. También quisiera volver de campamento. Cruzarme contigo por la calle. Ir al cine solo. O a Mestalla apretados en el coche. Ahora es mucho mejor, pero, a veces añoro pasear los domingos por la Fnac con mi Santa. Y, por la mañana, levantarme pronto a ver la tele en pijama mientras ella duerme.
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Somos seres imprevisibles. Con la misma impulsividad que compré “Los días perfectos”, lo dejé por leer. Por una extraña razón decidí postergarlo a mi última semana. Que fuera la lectura antes de volver. Luis, en un giro argumental que no voy a destripar, se pregunta cuántos días perfectos ha tenido en su vida. No un día extraordinario, ni de acontecimientos únicos, sino un día “tan normal, tan tranquilo, medido en placeres tan corrientes y asequibles” que, sin embargo, para él fue un día perfecto.
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Así han sido mis últimos meses.
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Y lo echaré de menos.
