
La luz de sol no alcanzaba allí abajo. Emitíamos desde un sótano. En algún boletín anunciamos cielo soleado mientras una nube traicionera descargaba lluvia. Su arquitectura era peculiar. Había sido sala de exposiciones. Compartíamos baño con el bar de arriba. Los jubilados se despistaban y aparecían por los estudios. Nos calló el techo. Nos dejaron sin salida de emergencia. No tenía ventanas. Pero nos encantaba estar allí. Vivir allí.
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Ayer retomaron las emisiones de manera oficial. Nueve años después. Qué alegría. Tienen un gran equipo y muchas ganas. Esta mañana, escuchando la bienvenida institucional, casi tengo un accidente. Qué risa. Qué desfachatez. Que estamos de enhorabuena ha dicho. Que a dar cabida a todos. Ella que cerró la radio. Que nos hizo dar en directo y presentes el pleno que nos echaba a la calle. Asistimos de invitados a nuestro propio funeral.
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Años después coincidimos en una boda. Me esquivó. Pero yo la saludé. Le dije que casi me hizo un favor. No creo que me entendiera. Pero he ido a mejor. Ahora tengo una ventana en el despacho del cole. Es pequeña. Sólo se ve cielo. Sigo sin enterarme cuando llueve. Pero entra luz. Y no descarto buscarme una más grande.
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Ojalá nunca más vuelvan a cerrar ventanas.
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Feliz día mundial de la radio.