Con lo de las rutinas yo soy un señoro mayor. Si me las tocan o me las mueven de sitio me hacen polvo. Me desubico. Como cuando cambio de supermercado que no encuentro las cosas. Como cuando busco el baño en el Corte Inglés. O cuando en la playa, sin gafas, salgo del mar. Hago como que controlo pero ando perdidísimo.
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Con la cuarentena estoy intentando no perder la rutina. Me levanto a la misma hora, me aseo igual de lento, me pongo ropa de calle, desayuno y le digo adiós a mi Santa. ¡Me voy a Xàtiva! Y me meto en el despacho de la White House. Ella, siguiéndome el rollo como a los locos, me ha dibujado el logo del cole y lo ha pegado en la puerta. Por si me pierdo.
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Curiosamente una de las rutinas que he recuperado es la de comprar el periódico (y el pan) todos los días. No lo hacía desde la universidad. En tiempos difíciles, fuentes fiables. Y pagando por ello, oigan. Que el trabajo creativo también tiene un precio. Es el único momento que rompo el confinamiento. Con mucha precaución. Todo a metro y medio y con guantes. No me sufran. Cantando el cumpleaños feliz con agua y jabón al volver a casa.
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A la hora del patio, paso a la cocina a comerme la manzana. An apple a day keeps the doctor away. A esas horas ya estoy muy metido en mi papel. Allí coincido con una chica. Con nadie más. Su cara me es familiar pero, aún con gafas, no la ubico. También me la encuentro a la hora de comer. Y en el pilates de por la tarde en el salón. Y, vaya, que me está empezando a gustar.
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Que igual le pido de salir.