El miedo que me parió

cementeri

Ayer, en el transcurso de una turné de fotos para el Plan Zapatero por el amplio y ancho del terme, me encontré dentro del cementerio municipal de Aldaia a sólo cinco minutos de que cerraran. Tenía dos misiones en esa cuenta atrás:  lanzar un par de retratos (con un seis y un cuatro) a las instalaciones y, de paso, visitar a mis abueletes.

Especifico antes, que no me dan, ni mucho menos, miedo este tipo de lugares. De hecho, en los campamentos de mi adolescencia (allá por Alpuente, Aras, Rubielos), era frecuente colarnos en horas de penumbra por algún camposanto semiabandonado. Nos metíamos allí, no por que fueramos unos morbosos (que también), sino, más que nada, por hacernos los chulitos delante de las tías. Claro, eso fue hasta que nos metimos con ellas en una extraña capilla con simpáticos letreros en plan «Los muertos que hay aquí te esperan» o «Todos mueren, de los ricos a los pobres» y, allí, en plan romántico con las féminas, nos topamos con una fosa común con huesecillos a la vista. No hace falta decir que ese verano no ligamos.

Bueno, hecha esta aclaración, por mucho que a uno no le den mieduki los cementerios, claro, sólo el vago pensamiento de «Carles, date aire que aquí chapan contigo dentro», me hizo volar raudo por las hileras de nichos: zas, foto por aquí, zas, foto por allá, carallu, donde están los abuelos, carallu, no los encuentro (tema aparte es mi facilidad para perderme buscando a mis familiares), zas, otra foto más, ay, ay, que quedan dos minutos, abuelito donde estáaaaas, mareeee que estos chapaaaan…

(Pausa dramática)

La historia hubiera quedado cojonuda y graciosísima si va y me dejan allí metido, encerrado, en busca del arca perdida. Pero no. Salí a tiempo con nueve fotos bajo mi brazo y con mis abuelos bien orados.

Pero por los pelos. Y los más curioso es que, sí, sí, a mí respeto no me da ninguno, pero que no me dejen encerrado. Mecagüen con los miedos irracionales, qué malos son. Es como lo de la oscuridad, las alturas o vaya usted a saber que más. Todos, ale, mucho «no, no, no, ¿yo miedo?». Falacias. Es asomarte al abismo del terror y, mami, que me cago.

Así, que autoridades del mundo mundial, hagan como los alemanes, que se dejan los cementerios abiertos toda la noche. Miren qué cuco el de Colonia, en medio de la city con el portón abierto a oscuras y al fondo esas velitas rojas…

Así es más fácil escapar.

CANCIÓN PARA ESCUCHAR: Gigante (Deluxe – Fin de un viaje infinito)

Deja un comentario