Entre los varios libros que me estoy leyendo a la vez (costumbre de la que ya les hablaré otro día), anoché empecé a leerme «Fantasmas», una coleccción de cuentos de terror de Joe Hill, el mismo autor que me enganchó este verano con «El traje del muerto».
Ya iba predispuesto a pasarlo pipa, porque los relatos de terror es un género que, en dosis adecuadas, me fascina. Lo que no esperaba es que me quedara con la boca abierta tan pronto, en la temprana página cuarenta y cinco, justo en el final de la primera historia, «El mejor cuento de terror».
Antes de llegar a este shock, conforme iba devorando las páginas, ya tenía asumido, pese a lo adentrado de la madrugada, que no iba a poder detenerme, que hasta que no supiera cómo finalizaba la enloquecida investigación de un editor literario en busca del autor de un macabro cuento de terror (toma metaliteratura!) no iba a poder dormirme. Necesitaba llegar a su desenlace.
Y llegó. Y así me quedé: estupefacto, anonadado, flipado, con los ojos como platos… póngale el adjetivo que quieran, porque yo no puedo, ninguno se aproximará exactamente a esa euforia que uno siente al finalizar una historia que te ha enganchado. En mi caso, más aun después de ver la sutilidad y genialidad del autor para introducirme de espectador en el argumento, sin darme cuenta, de una manera inconsciente y poco precavida, siendo cazado como el protagonista al final del relato, corriendo en la casa de la montaña, ante ese último giro narrativo, cayendo en su mismo miedo irracional.
Fue genial. Un instante mágico justo al final del día.
Apunto de cerrar la luz, aconteció uno de los mejores momentos del día.
Ay, esa sensación! No sé como definirla, pero los consumidores de ficción seguro que me entienden. Es «eso». No se puede explicar, pero seguro que lo han sentido antes. Ese cosquilleo, esa sonrisilla de placer, de satisfacción. Da igual que sea tras una buena historia, ante un libro, un relato, ante el final inesperado de una película o del coitus interruptus del «continuará» en su serie favorita. Seguro que les ha ocurrido alguna vez, como a mí, como a todos.
Pero no es sólo un giro o sorpresa final. Es algo más: originalidad, ternura, sutileza, complicidad… no sé, no me alcanzan los adjetivos para definirlo, porque a veces las sensaciones no se pueden plasmar con palabras. Tengo al lado el diccionario de sinónimos, pero no alcanzo a explicarlo. Es «eso». Ustedes ya saben de que hablo.
Por eso, ahora, mientras tecleo estas líneas en las primeras horas de la noche, sé los acontecimientos que se desarrollarán conforme deje de hacerlo. Tengo el libro justo al lado. Lo contemplo de reojo y aun rebotan en mi sistema nervioso los ecos de ayer, de «eso». Sé que conforme deje de teclear me espera un nuevo relato. Hoy no hay tele posible. Necesito aspirar a otro momento mágico.
Quiero más de «eso».
CANCIÓN PARA ESCUCHAR: Experto en cocina marítima (Kiko Veneno y Pepe Begines – Gira mundial)

