Durante los dos últimos meses, cual hormiguita, cada noche he ido sisándole un tiempo a la quietud del final de cada jornada para ir montando pacientemente la hora y once minutos de la película juniors. Casi sin darme cuenta, fui estableciendo una absorbente rutina diaria que ahora, una vez concluido ese proceso, me ha dejado vacío, sin nada que hacer y sorprendiéndome a mí mismo redescubriendo el sabor de la noche.
Cuenta Juanjo Millás en su magnífica “El mundo” que, de pequeño, en la convalecencia tras una de las habituales fiebres que sufrimos los niños (esas de pegar el estirón), todo le parecía nuevo, por estrenar, desde el calor del sol al tacto de los objetos. Literalmente, “me encontraba inaugurando todo”.
Semblante me ocurre a mí ahora por la noches. Tras acabar de cenar, instintivamente, me dirijo camino del ordenador, como si tuviera allí una misión pendiente y, al llegar, me detengo en la puerta, mirando el aparato, con la necesidad de ponerme a trabajar como antaño con los videos. Algo por ahí tengo pendiente, pero nada urgente que me obligue a teclear por las noches.
Así que deshago mis pasos y, como un animal perdido, vago unos minutos por mi habitación, confundido, decidiendo la apuesta por un libro, serie, zapeo por el Digital o, simplemente, dormitar. Tras la elección, me lanzo al ocio sin miramientos, redescubriendo su sabor, como si hiciera años que, por ejemplo, no viera la tele. Pero, aun así, noto que sigue subyaciendo en mí una sensación de que me dejo algo. Es el “mono” causado por los dos meses de trabajo continuado cada noche.
Por eso, no me extraña que ahora haya decidido guardar para estos últimos instantes del día el momento de teclear estas líneas. Parece que he creado un sustitutivo a la liturgia anterior. Con el nuevo mini-portátil puedo adelantar la miopía diaria tranquilamente sobre mi cama.
Así me siento mejor conmigo mismo.
CANCIÓN PARA ESCUCHAR: Jenny Wren (Paul McCartney – Chaos and creation in the backyard)

