Entre las muchas teorías de bótica de la abuela que, a veces, mi madre proclama (y yo le discuto) está aquella verdad verdadera que las personas, aunque no nos demos cuenta, notamos una absoluta barbaridad lo del cambio de la hora. Evidentemente, para mi matriarca esto no es inventado, porque todas sus teorías siempre se basan en algún periódico o revista cuyo nombre (ay! qué lista) nunca recuerda justo cuando intento rebatirlas. Y esto en el mejor de los casos, porque su sentencia favorita e irrebatible para no claudicar nunca en sus teoremas personales es aquello de “tots els metges ho diuen”.
Controversias familiares aparte, en esta ocasión, aunque me pese, le debo dar la razón: sufro un jet lag de una hora aproximadamente. Manda huevos. El cazador cazado.
Resulta que mi reloj biológico aun no se ha acostumbrado a la hora menos y, cada mañana desde el domingo, me despierto sin remedio a eso de las seis de la mañana sin que pueda hacer nada para evitarlo, con el consiguiente autocabreo y frustración al descubrir este desajuste propio (Nota al lector: me levanto habitualmente a las ocho, pero a las siete ya estoy en semivigilia porque mi cuerpo ha aprendido a despertarme una poco antes para poder saborear de esos difusos minutos de descuento).
Pero la cosa no queda así porque, al igual que el reloj de cuerda de casa que no funciona a hora y toca las horas con adelanto, yo también, desde el cambio horario, tengo mis funciones vitales 60 minutos por delante del resto del mundo y sufro este horrible jet lag en momentos cotidianos básicos como el apetito o la siesta. De hecho, hay veces que juraría ver mi propio cuerpo por la calle por delante mía, como si intentara seguir viviendo en una hora más, mientras mi conciencia social sí se aferra al establecido cambio del domingo pasado.
Al menos, hay una ventaja en el jet lag que sufro. Asumido que mi cuerpo se niega a respetar el cambio horario, ayer decidí darle autonomía para ir por su cuenta. De ese modo, hoy ha llegado a trabajar una hora antes y me ha adelantado faena, también visita a mi Santa con antelación a que regrese por las tardes y así pasamos más tiempo juntos e, incluso, hoy ha llevado el coche a la revisión evitándome perder tiempo.
El único problema es que, ahora, se ha cogido tantas confianzas que ya pasa completamente de mí.
Hace un rato que se ha marchado sin preocuparse en decirme donde iba.
Y aquí me tienen ahora, soy una conciencia sin cuerpo.
Si lo encuentran por la calle, por favor avísenme.
CANCIÓN PARA ESCUCHAR: Tus defectos son perfectos (Señor Mostaza – Somos poco prácticos)

