Truenos y relámpagos

Uno de los recuerdos más claros que conservo de mi más tierna niñez me lleva a cuando, en pleno diluvio universal y con el barranquet de Aldaia a punto de desbordarse (hecho que, finalmente, se consumó), mi padre vino a rescatarme hasta mi guardería de las monjitas de Xirivella.

Con mis dos o tres años, no era consciente de la gravedad de la situación, pero nunca olvidaré como mi padre me sacaba en brazos en pleno aguacero, la cara de susto de todos los que me rodeaban y, sobre todo, los truenos que caían, a los que yo contemplaba fascinado desde el cristal de nuestro Seat Rítmo.

Anoche, tras cruzar Vora Sèquia (nunca mejor dicho, porque se había convertido en río) y llegar con los pies anegados a casa, no pude dejar de recordar ese capítulo de mi niñez. No porque albergue ningún trauma infantil, qué va, si no porque creo que, desde ese día, en cierta manera, me fascinan las tormentas.

Así que me pase un rato largo leyendo mientras escuchaba el siseante sonido del viento y la lluvia y, asomándome, cada poco, con la nariz pegada en la ventana para comprobar la intensidad de caída del agua.

Lo más curioso de la situación es que, de tanto levantarme, mi padre también lo hizo. Y, al toparnos los dos, a oscuras, en pijama, su pregunta fue in-cre-í-ble: «Carles, estàs asustat? Tens por? Tranquil, el aigua ací no arribarà…»

Estuve a punto de pedirle que me llevara en brazos hasta la cama.

PD. Por cierto, para días de lluvia, rayos, truenos y centellas, un recomendación de buen libro de miedito: «El traje del muerto«. Me tuvo enganchado durante dos semanas en verano. O, si no, buena música. Cualquier disco de Iván Ferreiro será hoy un buen plan. Si no, que se lo digan a Buenafuente.

CANCIÓN PARA ESCUCHAR: Bag it up (Oasis – Dig out your soul)

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