Esta madrugada ha diluviado en Calicanto. Yo, enfrascado en mis sueños, confundía la lluvia con un gran aplauso. No recuerdo si al que apludían era mí y, llámenme soñador, pero ojalá cuando nos caigan los chaparrones (que hay de muchas formas, modos y colores), el resultado final sea un buen aplauso. Al menos, eso fue lo que tuvo Alba el viernes. Diluvio universal y ovación de gala. Pasará lo que pasará, cayera la que cayera ibamos a estar allí. Y, total, como bien confesó ella: «¿Para qué preocuparme si ya estaba lloviendo lo impensable si peor no podia ir?». Por lo menos tuvo luz. Que yo sé de otro que se tuvo que conformar con velas.
Por cierto, ¿Existen las botas de agua y chubasquero blancos radiantes para novias?

