Ayer por la tarde, los majetes de Gomaespuma contaban en sus noticias noticiosas que un hombre había comprado un cromo de un jugador de baseball por 2,5 millones de dolares. Cágate lorito. Más de 400 millones de pesetas. Ande, ande, que le sobra el dinero al tío. Claro, los gomaespuminos todo era faltarse con el despilfarro del dinero y con las situaciones que se podían provocar cuando el afortunado en cuestión enseñara su «tesoro» a los amiguetes. Pero claro, la mitomanía y el coleccionismo son lo que son. Sin ir más lejos a mí también me ha pasado, sin llegar a esos extremos, evidentemente. La maquinita de hacer dinero aun no la hemos comprado en casa.
Porque, el tío que no haya intentado hacerse la cole de la liga de fútbol que tire la primera piedra. Imposible. En este país no debe haber nadie que no haya disfrutado de esa experiencia. Todos hemos comprado sobres de cromos, los hemos abierto con el corazón en un puño (¿estará el que me falta?), los hemos pegado en los álbums, hemos jugado a pantalón o camiseta, hemos vendido uno «inencontrable» por millones de cromos, partidas de futbol con los cromos y una minipelota de papel de plata… qué tiempos aquellos… Dios bendiga al Señor Panini…
En casa, mi hermano y yo sufríamos nuestro calvario particular: no nos dejaban comprar cromos. Mis padres siempre lo tuvieron claro. Era desperdiciar dinero. Así que nos las ingeniábamos para comprar sin que se enteraran (cosa que a mí me daba mucha ansiedad, de lo bueno que soy, por si me pillaban) o comprando con dinero ganado haciendo tareas extras en casa. Luego, con nuestros excasos sobres debíamos aumentar nuestro patrimonio jugándonoslos en grandes timbas en el patio del colegio, que en verano, en el Club de Tenis (no soy pijo ni entiendo de raquetas, algún día les contaré que hacía por allí) eran míticas.
Un día, mi hermano encontró en un sobre uno de esos excasísimos. Un chaval de los mayores de Monte-Sión se lo compró por millones de cromos. Qué afortunados nos creímos. Hasta que se rompieron las bolsas con nuestras ganancias en mitad del patio. Qué horror. Qué expolio de todos los niños. Que humillados nos sentimos. Mi gozo en un pozo. O mejor dicho, la avaricia rompe el saco.
Creo que nunca más volvimos a coleccionar cromos.

