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Mi madre delante de un ordenador. Oh-Dios-Mío. ¡¡¡Qué está pasando!!! ¿Cuándo giró el mundo? Porque yo no me di cuenta. ¿Qué es esto? ¿La vida al revés? Ya ves lo que es y mientras te tengo en la cabeza (¿Acabo de recitar a Fran Perea?). Ya lo entiendo. Esto debe ser una cámara oculta de esas. Venga. Salid, cabrones. Que no tiene gracia. Dejadlo ya. Va. Porfa. Me entrego. Bandera blanca.
Joder. Si es que va ser verdad, pero ¿Cómo puede ser posible que a mis padres ahora les dé por la informática? No lo entiendo. Encima lo hacen cuando me quedo de hijo único para que recaiga sobre mí toda la responsabilidad de su cibereducación. Por el amor de dos. Primero atacó el Sr. Pepe con aquello de pasarse a Excel todos los precios del almacén e ir semana a semana poniendo los suyos propios con sus ofertitas etílicas. Ahora el turno le ha llegado a la Sra. Fina, que tiene que poner las notas de reli con un programa de la Generalitat.
Dame paciencia, Señor. Porque para llegar a la comprensión absoluta de sus respectivos programas, asisto a destrozos de ratones, golpes al teclado y folios enteros con anotaciones (apretar botón encendido, inicio, todos los programas ). Arggggg. Encima mi padre, alumno aventajado, se dedica ahora a vacilar a su esposa. Como en el cole. El empollón y la que necesita clases de repaso.
Lo peor de todo (ya lo dijo la ley de Murphy), es que ahora la tendencia va a la inversa. Por mi condición de autónomo y mi nuevo contrato con Movistar, me han regalado un supermóvil de esos con cámara, video y monadas varias. Pues se me ha atragantado. No sé por qué, pero aun no he podido con él. Me tiene manía, el cabrón. Incluso, me ha tocado dejárselo a mi Santa para que descubra todos sus entresijos y me convenza de que a caballo tecnológico regalado
Habrase visto. Unos progresan y otros degeneran.
