Casa vacía

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Mi finca, antaño santuario de los Puig, está ahora vacía. Es un poco triste porque, de tres hogares, sólo uno respira vida. Lo que antes eran carreras por la escalera, un ir y venir o charretas en el rellano, desde hace un par de años es quietud. Me paso el día recogiendo el correo de las tres viviendas. No negaré que se está muy tranquilo, en casa podemos gritarnos a conciencia, pero aun así, le falta un poco de vidilla al edificio.

Por cierto, ahora que caigo, cacos del mundo: no es ésto un reclamo para que nos ataquéis indiscriminadamente porque no hay nada que robar. Están todas vacías.

Bueno, hasta ahora. Porque en esta historia hay buenas noticias. Resulta que los de abajo, los que heredaron la planta baja y antigua fábrica de chocolate al morir mi tío Silvino (lo sé, nombre extraño, pero de tradición en los Puig) han vendido ahora la casa y esperamos la pronta llegada de unos recién casados. Mejor, me caían mal los de antes.

Pero lo mejor es que arriba mía, en casa de mi otro tío (Isidro), también hay buenas noticias. Uno de mis primos se nos casa y mientras le construyen el nidito de amor se pasará una temporadita en la antigua finca familiar donde los primos subíamos y bajabamos (yo, siempre abajo, a comer chocolate), discutíamos, reíamos, montábamos partys, ibamos juntos al cole… qué guay, vuelve la vida a la escalera.

Aunque son dos parejas de recién casados. Temblarán los cimientos…

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