Tarde de lluvia

P.D.«/>

No hace tantos años, cuando la radio imperaba como único medio de entretenimiento en los hogares, una tarde de lluvia te obligaba a sentarte alrededor del brasero charlando tranquilamente, contando historias o, simplemente, en callada compañía.

Pues en eso estamos, fent memoria de algunos recuerdos con el traqueteo de la lluvia de banda sonora. Y, no sé por qué extraño resorte en mi cabeza, me han transportado hasta 1982.

Yo era muy pequeño. Pero es uno de los primeros recuerdos que tengo de mi infancia. Lo visualizo vagamente. Con unas nubes negrísimas y truenos vespertinos. Era los días de la pantanà de Tous y las inundaciones de Alcira. El barranc de la Saletta atraviesa Aldaia de oeste a este. Esa tarde, el agua bajaba brava tranportando la lluvia de media comarca. Sonó la alarma y los vecinos tuvieron que salvar sus casas y comercios con diques y mucha voluntad.

El peque Carles no paraba muy lejos de allí. Contaba con poco más de tres años. Pelirrojo. Travieso. Gracioset. Con un ligero defecto de pronunciación («Zeñoritaaaaa») e incapaz de dormirse la siesta cuando las monjas de la guardería de Xirivella le obligaban a acostarse. Ya dormiría por la noche. Aunque esa tarde, pocos dormían.

Recuerdo que los truenos retumbaban en una especie de gimnasio con colchonetas donde nos acostaban. Las imágenes me vienen difusas, pero sí recuerdo el nerviosismo de las monjas (que, por cierto, me caían mal) y que eran un ir y venir de nenes a los que sus padres venían a recoger. Ahora no caigo exactamente si mi hermano estaba conmigo. Sólo llego a ver a mi padre en misión de salvamento. Me cogió en brazos, me metió en el Seat Panda y yo, mirando por la luna de atrás decía: «Alaaaaaaaa pare, mira quins trooooons».

Nunca me han dado miedo las tormentas. Así que no creo que me acojonara mucho en el periplo de mi padre para llegar a casa de mi abuela al carrer major. Allí, supongo, que habrían más nervios. El barranquet no pilla muy lejos.

Menos mal que era un primer piso.

Deja un comentario