Dos historias (I)

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Son dos historias que hablan de relaciones personales.
Una, muestra el poder de la amistad; la otra, lo duro que es el orgullo.
La primera tiene final feliz, la segunda está por llegar.

PRIMERA PARTE: REENCUENTROS

Allá por noviembre de 2001, conocí a tres crías de Alfafar. Sus nombres eran Celia, Irene y María. Nos descubrimos mútuamente en una Granja Escuela de Villar del Arzobispo, en un fin de semana frío, en una de las acampadas peor preparadas que han visto mis ojos, con una comida horrible, durmiendo en mitad de un pasillo, nula preparación, con suspicacias entre educadores de toda la comarca. Nos reíamos por no llorar.

Pero, al mismo tiempo, ese fin de semana, se convirtió en una de las experiencias más interesantes de mi vida junior y, sin duda, en uno de los mejores frutos. Coincidimos en el mismo grupo (jejeje, qué tramposeros) como educadores Luis, Salva, yo junto a David, un chaval de Alfafar. Como educandas, destacaban dos niñas: Irene y Paca (Garse, nunca supimos su nombre verdadero hasta meses después). El flechazo fue instantáneo: malhabladas, deslenguadas, irónicas hasta morir… nos pasamos todo el fin de semana entre risas y charreta.

Ayer (como sucede tres veces al año), nos volvimos a encontrar en un festival. Siempre nos buscamos rápidamente y nos hacemos bromas. El tiempo pasa, ya tocan casi los 16 años y son mujercitas que me dan sus móviles o messengers. Qué gracia. En mayo les confesé que igual me dejaba el junior, por eso no me esperaban ayer en Sedaví. Al verme Celia, se acercó rauda y me dijo: «me ha dado un vuelco el corazón, pensaba que no volvería a verte».

No supe que responder. Me cautivo la frase. Me salí por peteneras: «Qué alta estás, ¿tú padre me dejará salir contigo o es delito?». Se partió.

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