Siempre he tenido estupidas aficiones que se basan en la vida cotidiana.
Me encanta jugar a los parecidos razonables, fijarme en la cesta de la compra del prójimo mientras guardo cola en el Mercadona (adivinando desde el nivel de vida hasta los hábitos alimenticios o qué extraña fiesta piensa organizar) o, por ejemplo, quedarme con los breves e inconexos fragmentos de conversación con quien me cruzo por la calle y grita lo suficiente para ser escuchado (mi Santa, en ocasiones, se sorprende que les responda mientras hablo con ella).
Otra de estas memeces con las que me entretengo mientras transito por el mundo es hallar graffitis callejeros. Es toda una muestra cotidiana de arte urbano. Eso sí, los typicals filosóficos de los retretes, no. Nunca me han motivado excesivo interés, porque están escondidos. Los de la calle sí molan, son más atractivos: me cabreo y, ale, que lo sepa todo el mundo.
Algún día escribiré alguno. Pondría un eslogan de Quino: «Yo diría que nos pusieramos todos contentos sin preguntar el por qué», «Amo a la humanidad, lo que me revienta es la gente» o «¿Y si en vez de planear voláramos un poco más alto?».
Eso sí, sin que me pille el vecino que le toque albergar la pintada. No todos compartimos las mismas aficiones.
P.D.«/>
Alaquàs. Cercanías del colegio Madre Josefa Campos. Algún pobre harto de su condición o una campaña radical de Cáritas.
P.D.«/>
Aldaia. En frente del TAMA. Si vas al Bonaire y bufa de ponent entenderás porque Aldaia Ràdio habla tanto de Fervasa.
