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Sabía que en el plus (próximamente, digital + en mi casita) estaban reponiendo las pelis de Indiana Jones, pero no me acordaba que fueran tan entretenidas, así que ayer me encontré a mí mismo enganchado a la tele tras la siesta viendo el final de «El templo maldito» con las escenas de persecución en vagonetas por la mina y la encrucijada en el puente colgante.
Qué guay. Por un instante volví a mi infancia y a casa del Calveto (para más señas, parroquianos míos, el primer marido de Mª Carmen Calvete la mare de Gema Ros y esposa del Sr. Alfredo), un compañero de GAMAR S.A. de my father que era cinéfilo y a donde Pepet me llevaba a ver (y robar) pelis. Mi preferida era la del templo maldito donde se comían cucarachas y sesos de mono.
Qué grande. Soy un consumidor habitual de cine y puedo llegar a disfrutar con antiguas, independientes o complicadillas. Pero, Tarantino y Medem aparte, no me negaréis que las de aventuras son las más cojonudas. Esas que te sientas y el tiempo pasa volando. No les darán nunca un Óscar, pero pasas un rato formidable.
De todos modos, el riesgo lo dejo sólo para las pelis. Me gusta la vida apacible. Ya tuve bastante el pasado lunes cuando en plena tormenta eléctrica me dí cuenta que estaba cruzando una pasarela de metal en Aldaia. Pa’habernos churruscao…
En fin, nenes, que el verano sigue. Hoy in the festes d’Aldaia me espera la cena de los abuelos (unos cachondos) y la nit d’improvisació. Quedan cinco minutos para que empiece el acto y, además, mi amiga del CEU, Alba, se ha desconectado del messenger por lo que el interné ha bajado en interés. Siempre le pido matrimonio, pero nunca me lo acepta. Sin conocerla aun personalmente, respeta demasiado a Gemilla.
Jejeje. Buena señal.
