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«Per esta teniu que anar i confessar-vos, sou molt cruels, mireu els pobrets com estan patint».
Salva y yo nos mirábamos cómplices pensando que no era la primera vez que oíamos esa frase en pocos días. Cada vez que organizamos alguna más grande de lo habitual, las cocineras nos miran con gesto torcido. No entienden del mundo del espectaculo y, de vez en cuando, los niños necesitan de fuertes emociones, golpes de efecto.
Que me llamen sádico, pero disfruto cuando hago saltar por los aires lo esperado por los nanos. En este campamento varias veces lo hemos conseguido y, allí, en ese momento de shock, de miradas incrédulas, de «joder, no puede ser real», contemplar sus caras me sienta bien. Llámame cabrón.
Lo de la depilación pública del Ros no lo planeé ni yo, pero él en un «Aquí hay tomate» (los niños se envían sms en forma de papel y buzón) dejó caer el reto con la boca pequeña y lo recogí a modo de gran desafío delante de los niños. 150 mensajitos propuso. Será bobo. Y 10.000 también hubieran conseguido. De esta no se escapa, me dije. Miriam y yo disfrutamos de la venganza a la cera del año pasado…
Lo del día-noche del terror ya fue otro tema. Se nos ocurrió simular una tajante negativa del cura a la night de miedo, una oposición del jefe al cura y un conato de deserción. Genial. Desde el cuarto de Jesús ibamos planeando toda la historia manejando los hilos cual marionetas. Tras manifestaciones, ataques, rumores, barricadas y insultos la trama desembocó en una cena histérica con lloros de más de la mitad del campamento. Genial. Lo hicimos de puta madre. Un aplauso para los actorazos.
Podría contar muchas más porque son muchos años de animalaes. Seguimos siendo muy bestias en ciertos momentos como fueron con nosotros. Para mí que es un gen parroquial.
