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Es jueves. Voy subiendo a mi «afternoon curro». Espero ansioso y puntual a la maravillosa escena que me regalan todas las semanas.

La Fundació está pared con pared con un Hogar del Jubilado (se podría decir que son el mismo edificio, bueno, más que nada, porque la CAM posee toda la manzana) y los jueves es el día del baile. Toma que toma. Noche de fiesta, los chicos y chicas, contentos de felicidaaaaaaad. Aires de fiesta… Seguro que es la fecha señalada con fosfi en la tranquila y pacífica agenda de nuestros protagonistas.

Aun transito por la Avenida y no he girado la esquina cuando ya percibo los primeros compases de «Paquito el chocolatero», «Soy minero», «Perfidia», «La chica ye-ye» o alguna del pequeño Ruiseñor. Clásicos de ayer y hoy, amiguitos, en versión cha-cha-cha para mover el body, yeah!!! Esta tarde, cuando he pasado (como siempre hechizado ante tal espectáculo) se escuchaba una versión merengona del «Himno de la alegría».

Mi momento preferido es cuando paso junto a las ventanas (siempre abiertas de par en par) y contemplo el bailoteo. En especial, el agarrao que se pegan abuela con abuela (los hombres somos más reacios), pechito con pechito, cachete con cachete. Viva el sexo libre. Viva el bollerismo a los 70.

Es una demostración pública de vida sin complejos que hacen extensible a toda la calle. No es la primera vez que veo a niños asomados a las ventanas, gente curiosa mirando de reojo, aplausos… por ejemplo, hoy estaba hipnotizado un pinta mirando el ganao y una señora le ha soltado: «No mires tanto y entra a bailar con nosotras». Genial.

Pero no creáis que me estoy burlando aquí de ellos. Ni por asomo. Los envidio. Espero a su edad ser un viejecillo cachondo (en todo su sentido) con ganas de bailar, reir y disfrutar de la vida. Que la jubilación no es sinónimo de retiro sino de empezar una nueva vida. Y no sólo yo pienso así. El otro día, anunciaban que van a aumentar las plazas de viajes del Imserso porque se agotan en seguida. Con dos cojones, así se hace.

Yo, espero, ser un clon de mi abuelo (digo abuelo en genérico, porque es el único del que tuve constancia más o menos adulta) y pese a los achaques y ataques cerebrales morirme comiendo y riendo. Cantaré como él: «Tres pardalets i una aguiletaaaaaa, d’eixos que van en bisicleeeeeta»

Va per vosté, Ramonet. Ay, quant li tire a faltar…

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