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Estos días la envidia me corroe cuando enchufo la tele y contemplo las jornadas previas a la final de la Champions League.
Evidentemente, voy con el Liverpool por eso de ser el equipo débil, la posibilidad de dar el maracanazo y, también, por Benítez y sus spanish boys. Siempre me ha fascinado el Milán, pero hoy voy con los reds. Encima tienen esa tradición tan hermosa de cantar el «You never walk alone». Algún día iré a Liverpool a vivirlo en directo. Eso es una afición.
Pero lo que más me jode, no es no ganar un título (ya ves, perdimos dos champions seguidas, más jodidos no podemos quedarnos), sino perderme la ilusión que supone jugarse algo en el fútbol. Ese cosquilleo de los días previos. El mirar el reloj. Uf, quedan tres horas para el partido. La tensión. La intensidad con la que se vive.
Un sábado de junior. Hace un par de años. Me hicieron una encuesta unos niños: «¿Cuál ha sido el momento más feliz de tu vida?» Mmmmmmm, pense un instante. «La final de copa de Sevilla» respondí. Al rato vi a Salva y el Forner y habían respondido lo mismo. Coincidimos los tres. Nunca lo olvidaremos. El viaje fue pesado. La previa por Sevilla divertidísima. Y el partido… ay, el partido!!! Recuerdos los goles como una nebulosa de éxtasis, saltando, gritando, cogiéndonos…
Y, este año, nada. Ni un misero partido en el que te daba la impresión que te jugabas algo importante. El pase a unos cuartos. La lucha por el título. Nada.
Encima tengo que aguantar como se meten con Aimar (pese a crear genialidades como la rabona del domingo) y a los Yomus, unos fachas que me dan un asco…
Per cert, my friend Garrido es miembro Yomus, así que no le contéis ésto. Es un secreto.
