Mi obesidad

P.D.«/>

Mi madre está empeñada en convencerme de que sufro obesidad.

Para una vez que engordo, va, y se queja, la tía. Apañados estamos. Con lo que me ha costado llegar hasta aquí. Toda una vida diciéndome que estoy flaco y que los nervios me van a matar o, en su defecto, destrozar mi débil estómago y, ahora, se enfada porque tengo una tímida barriga. No es justo.

Tampoco me quiero autoengañar. Es una realidad que he ganado ocho kilos en diez meses, pero no exageremos.

El domingo, minutos antes de la comunión de mi prima, intenté ponerme un pantalón de esos aseaditos y ninguno me venía. La leche!!! He aumentado una talla (J.R. dice que dos) y se me nota. Hubo uno de los intentos que casi me rebana la digestión en mi afán por caber dentro de él. Mi padre se partía de risa.

Y, claro, la gente que se percata de mi metamorfosis obesa recurre al chiste fácil: «Eso es el amor». Qué cojones. Eso es que como más.

Tengo mi propia teoría de por qué he engordado:
– Primero, porque, tras mi lastimosa vuelta del Camino y su posterior depresión, pillé cuatro kilos en los diez días de piernas en alto.
– Después, porque (aunque parezca mentira) me tomo la vida con más tranquilidad y filosofía.
– Y, en tercera posición, porque my mother (subliminalmente, ante la pronta perdida de un hijo) me ceba como a un gorrino.

Lejos quedan los tiempos de gastritis, vómitos repentinos, dietas blandas, costillas marcadas, la garreta y mi record de 57,5 tras perder 7 kg en un mes por culpa de un virus de niños pillado en un campamento de cate. Era 1998 y ahora casi llego a los 20 kg de más (75 kilillos).

En esa época, Conchín Torrent se asustaba al verme y me daba de comer en su chalet. Años más tarde, al confeccionarme el traje de vesta me decía: «Si tu enganyes, aparentes més flac».

Deja un comentario