
Mariano Sigman y Jacobo Bergareche eran vecinos pero no fueron amigos hasta que compartieron sobremesa y mus. En su ensayo compartido “Amistad” han reunido a 75 personas para conversar sobre ese sentimiento. Puede verse de muchas maneras. Aquel que te entiende sin que tengas que decir nada, quien siempre está ahí, a los que puedes confesar sin rubor tus miserias, quien sabe relativizarte, al que puedes perdonar o de los que no te importa sus diferencias. Para algunos es poder abrir tu nevera sin pedir permiso.
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Yo a mis amigos no les cuento mis penas, que les divierta su puta madre, dijo un actor. Yo, por amistad, he visto cambiar la hora de un almuerzo, mostrar problemas genitales, hablar de la horrible muerte de un padre, levantar por las mañanas a tu amigo enfermo, recoger a quien dieron calabazas, abandonar a mitad un Camino de Santiago, quitar hierro a asuntos o montar fiestas de cumpleaños que eran antesalas de velatorios. Es muchas cosas. Muchos momentos. Yo mismo he hecho amistad hasta en las aulas.
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“Insurrección” es un himno en Comilitons. Pese a que reza “¿Dónde estabas entonces cuando tanto te necesité?” para esta hermandad de chalaos es un canto a la amistad. Hace años el cáncer apareció en uno de nosotros. Fue inesperado, angustioso, pero se recuperó bastante rápido: en julio estaba a la mesa. Una noche después de cenar, alguien pinchó la canción. Nos cogimos, bailamos como señoras mayores, nos miramos felices y lo acabamos manteando.
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No dijimos nada más.
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Para mí eso es la amistad.
