
Madre se es al instante, padre se tarda. La vi nacer. La cogía. Aparecía a mi lado en mitad de la noche. Jugábamos. Pero me faltaba dedicación. La lactancia. El otro dependiente. Mis temores. Quién sabe. Se me acabaron las excusas. Ahora ejerzo a jornada completa.
.
Me sigo levantando a la misma hora. Mismas rutinas. Los primeros días me vestía para ir al colegio. Camisa. Ni una sudadera. Ahora me las permito. Dos días. Que se note, pero poco. No son vacaciones. Aunque me sienta extraño. Queriendo estar en dos sitios a la vez.
.
Hacer de padre es vivir tirado en el suelo. Descalzo. Con dolor de espalda. Intento leer mientras jugamos. Se enfada si no la atiendo. Si desaparezco como amo de casa. A veces no la oigo. Y me la encuentro en otro lugar. En posiciones inverosímiles. Me matará a sustos.
.
El libro se titula Gozo. Lo compré para afrontar agosto. ¿En qué momento mi vida empezó a ser accesible sólo en vacaciones? No lo entendía. Yo quería trabajar. Luego, vivir. Tuve remordimientos al inicio del permiso. Pedir permiso para cuidar de mi hija. Qué ironía.
.
Paseamos. En horario laboral. Si me cruzo con alguien conocido vuelve esa sensación. Como si me hubieran pillado pelándome la clase. Nuestro patio era en la calle. El Turco quedaba cerca. La Clip. El Trénor. Nunca nos pillaron. Normal. Porque lo hicimos poco.
.
Subo al Vedat. Llego exhausto. Exhalando. Laia me mira sonriente. Ella no sufre. Bajando le tocará su castigo. El sol de cara. Le envío fotos a la familia como si hubiera finalizado la maratón. Con mi cara de victoria. En la cima de la Avenida. Hay que ser estúpido.
.
Ordeno la casa. Compro. Cocino. Le doy de comer. Pongo música. Puede que mi casa sea una trinchera pop. Se me va pasando. Ya casi no tengo remordimientos. Porque no volverá a ocurrir. Conocernos. Intuirnos. Que se duerma en mis brazos. Que me mate con su sonrisa.
.
Que aparezca debajo de la mesa.
