Bajo riesgo que me linchen a palos en cada esquina, les confesaré una secreto: tampoco me sorprendería que la Infanta no mintiera. Que no, que no digo que sea así, que huele todo a chamusquina, pero, diantres, que igual es cierto, que es plausible que no tuviera ni puñetera idea de lo que firmaba, que confiara en su marido ciegamente como usted o yo mismo hacemos.
En el mundo hay dos clases de personas, los que conocen cuánto dinero tienen en el banco y los que no. Yo, como Cristina, no suelo mirar diariamente el saldo. Y, como muchos mortales, tenemos asesores, hemos firmado papeles sin leer y la ingeniería financiera es para listos. Si a nosotros nos la podrían colar, imagínense a aquellas personas que viven en una burbuja como príncipes, princesas, políticos o futbolistas. Un chollazo.
Y les prometo que no soy ni monárquico (ni antimonárquico) ni leo el ABC, pero todos llevamos un pardillo en nuestro corazón.
Igual el error de Cristina fue escoger mal su media naranja.